Esta noche desperté y miré las estrellas...
Esta noche desperté y miré a las estrellas.
Tal vez buscando, como los viejos marinos, aquella que me oriente. El astro que me diga cual rumbo tomar. Cómo dejar atrás una vida que no es vida, el camino al cual sin piedad fui arrojado… la furia que me acompaña. Hoy veo hacia el horizonte con la ilusión de que esa naciente luz carmesí traiga consigo el final de las tinieblas que nublan mis esperanzas.
Espero de las estrellas una señal, un símbolo que me indique si estoy haciendo lo correcto. Si debo tragarme mi orgullo y doblegarme ante las exigencias de los que ponen las reglas. Perder aquello por lo que he luchado, renunciar a mi credo, volverme uno mas. Entregar mi alma y conformarme con lamer las heridas recibidas, gimoteando cual cachorro temeroso de recibir un golpe más. Estirar los brazos para ser levantado por un alma caritativa que busque convertirme en su esclavo. Dejar que la cadena se tense en mi cuello provocando yagas y magulladuras mientras mis ojos pierden el brillo.
De pie contemplo mi muerte en vida, la calma que trae consigo la parsimonia que sin piedad ha masacrado el espíritu combativo, el cual se aferra al cuchillo que yace junto a mi cama, pidiendo que no olvide el significado de mi existencia. Recordándome la historia que ha sido escrita con sangre y por la cual no se me es permitido retroceder. Recitando los nombres de aquellos por los que no debo caer.
Frases de valor, guerra, justicia, honor, inundan una atormentada cabeza mientras mis pies sienten el frio de la Madre Tierra, el polvo entre los dedos que me reclama volver a los principios básicos de la naturaleza. La caza, el acecho, la supervivencia… el precio de la libertad de aullarle a una luna opacada entre luces neón y estrobos celestes y escarlata que reflejan la podredumbre en que la raza a la que una vez pertenecí ha sido sumida. El hedor a muerte y pestilencia traído por los Cuatro, quienes a su paso arrastran consigo lo poco salvable que aún queda.
No hay héroes, el miedo quiebra el espíritu de aquellos que alguna vez pensaron levantarse del yugo llamado represión dejándonos a merced de las lenguas sin rostro que claman por una revolución, mientras en su anonimato huyen de las armas y la responsabilidad de arrastrar las huestes de la humanidad al infierno del combate, el cual tan sólo algunos ponderan. Aquellos, quienes escondidos bajo el precepto de la pluma y la espada juzgan el bien y el mal decidiendo sobre la vida como si tuvieran el derecho divino, sintiendo un falso poder mientras ignoran la sensación de la sangre en sus manos, el pesar al enterrar un compañero de armas sin tener tiempo para llorar siquiera, el peso muerto de arrastrar a los heridos a salvo del fuego cruzado generado por los falsos profetas. Lideres ineptos de masas acéfalas que las sacrifican mientras son aplaudidos y vitoreados. Hombres que hablan con una lengua chapada en plata saboreándose a esos cerdos regordetes sobre los cuales están parados. Creadores de las leyes iguales al calor que condenó a Ícaro, cercenando las alas de los pocos idiotas que se atreven a pensar en escapar de la isla desierta llamada sociedad.
Frente a mi parpadean las luces que vieron mis ancestros, aquellas a las que seguramente en vidas anteriores cuestione de igual manera que hoy, atormentado por los fantasmas y demonios que yacen en lo profundo de mi ser pidiendo que lo libere a Él, aquel cuyo paso trae caos, quien camina sobre el fuego, el que saborea la ira y se alimenta del dolor ajeno… Yo mismo.
Tal vez buscando, como los viejos marinos, aquella que me oriente. El astro que me diga cual rumbo tomar. Cómo dejar atrás una vida que no es vida, el camino al cual sin piedad fui arrojado… la furia que me acompaña. Hoy veo hacia el horizonte con la ilusión de que esa naciente luz carmesí traiga consigo el final de las tinieblas que nublan mis esperanzas.
Espero de las estrellas una señal, un símbolo que me indique si estoy haciendo lo correcto. Si debo tragarme mi orgullo y doblegarme ante las exigencias de los que ponen las reglas. Perder aquello por lo que he luchado, renunciar a mi credo, volverme uno mas. Entregar mi alma y conformarme con lamer las heridas recibidas, gimoteando cual cachorro temeroso de recibir un golpe más. Estirar los brazos para ser levantado por un alma caritativa que busque convertirme en su esclavo. Dejar que la cadena se tense en mi cuello provocando yagas y magulladuras mientras mis ojos pierden el brillo.
De pie contemplo mi muerte en vida, la calma que trae consigo la parsimonia que sin piedad ha masacrado el espíritu combativo, el cual se aferra al cuchillo que yace junto a mi cama, pidiendo que no olvide el significado de mi existencia. Recordándome la historia que ha sido escrita con sangre y por la cual no se me es permitido retroceder. Recitando los nombres de aquellos por los que no debo caer.
Frases de valor, guerra, justicia, honor, inundan una atormentada cabeza mientras mis pies sienten el frio de la Madre Tierra, el polvo entre los dedos que me reclama volver a los principios básicos de la naturaleza. La caza, el acecho, la supervivencia… el precio de la libertad de aullarle a una luna opacada entre luces neón y estrobos celestes y escarlata que reflejan la podredumbre en que la raza a la que una vez pertenecí ha sido sumida. El hedor a muerte y pestilencia traído por los Cuatro, quienes a su paso arrastran consigo lo poco salvable que aún queda.
No hay héroes, el miedo quiebra el espíritu de aquellos que alguna vez pensaron levantarse del yugo llamado represión dejándonos a merced de las lenguas sin rostro que claman por una revolución, mientras en su anonimato huyen de las armas y la responsabilidad de arrastrar las huestes de la humanidad al infierno del combate, el cual tan sólo algunos ponderan. Aquellos, quienes escondidos bajo el precepto de la pluma y la espada juzgan el bien y el mal decidiendo sobre la vida como si tuvieran el derecho divino, sintiendo un falso poder mientras ignoran la sensación de la sangre en sus manos, el pesar al enterrar un compañero de armas sin tener tiempo para llorar siquiera, el peso muerto de arrastrar a los heridos a salvo del fuego cruzado generado por los falsos profetas. Lideres ineptos de masas acéfalas que las sacrifican mientras son aplaudidos y vitoreados. Hombres que hablan con una lengua chapada en plata saboreándose a esos cerdos regordetes sobre los cuales están parados. Creadores de las leyes iguales al calor que condenó a Ícaro, cercenando las alas de los pocos idiotas que se atreven a pensar en escapar de la isla desierta llamada sociedad.
Frente a mi parpadean las luces que vieron mis ancestros, aquellas a las que seguramente en vidas anteriores cuestione de igual manera que hoy, atormentado por los fantasmas y demonios que yacen en lo profundo de mi ser pidiendo que lo libere a Él, aquel cuyo paso trae caos, quien camina sobre el fuego, el que saborea la ira y se alimenta del dolor ajeno… Yo mismo.
Etiquetas: Filosoficos, Vida